En cada viaje hay algo del espíritu de los antiguos navegantes que se lanzaban al mar sin saber qué encontrarían. Eran hombres y mujeres que seguían la intuición, el viento y las estrellas, guiados más por la curiosidad que por la certeza.

No importa si es un día, un fin de semana o una travesía prolongada: siempre que salimos de lo conocido, encendemos dentro una pequeña chispa de aventura.

Esa chispa es la que nos empuja a dejar la comodidad del puerto, a explorar caminos nuevos y a descubrir lugares —y partes de nosotros mismos— que no sabíamos que estaban ahí.

Es la misma energía que ha movido a exploradores, conquistadores y soñadores desde siempre: la necesidad de mirar un horizonte y preguntarse qué hay más allá.

Cada vez que respondemos a esa llamada, por breve que sea el viaje, nos regalamos una historia que contar y un recuerdo que nos acompaña. Y quizás por eso seguimos saliendo, una y otra vez, en busca de nuevos horizontes.